La arquitectura de la
Villa Imperial de Katsura, segunda parte
Tras la introducción del pasado martes, voy a entrar ya en materia y comentar ciertos aspectos
arquitectónicos de la Villa Imperial de Katsura que la han convertido en algo
admirado tanto por los arquitectos de la vanguardia de los años 50 y 60 del siglo
XX, como por los rompedores postmodernistas de los 80 y 90. Todos ellos
encontraron en Katsura algo que no solo satisfacía sus teorías supuestamente
innovadoras, sino que incluso parecía justificarlas. Ese estar siempre al día ha convertido a Katsura en un verdadero clásico.
Todos
los edificios de Katsura emanan un aire refinado pero sencillo. Su elegancia y
sofisticación son innegables, pero siempre alcanzadas de manera humilde, sin muestra
alguna de altivez. Todo eso se logró con el empleo del clásico estilo
residencial shoin, ya comentado varias veces en este blog, pero fundamentalmente por
haber tenido presentes los principios que rigen en la ceremonia de té,
un rito impensable fuera del universo zen. Hablé de ese aspecto en el anterior artículo.
Los pabellones
Los pabellones
Los cuatro
pabellones de té repartidos por el jardín de Katsura son construcciones cuya
sencillez brota de la elección de los materiales empleados y, sobre todo, de
cómo se han utilizado. Muchos de sus pilares son verdaderos troncos de árboles retorcidos y sin descortezar; sus muros, de argamasa de rugosa textura
sin revestir, y sus techos no pocas veces están construidos con simples cañas de
bambú, tras las que a menudo puede verse la paja de su cubierta.
Techo
del Gepparō, Katsura, s. XVII. Foto: Wikimedia Commons.
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En la
foto anterior, del techo de una de esas cabañas de té de Katsura, puede observarse el casi “inverosímil” pilar, un
sencillo y retorcido tronco que soporta la viga de la cumbrera.
El pabellón que aparece en las fotografías siguientes, es un buen
ejemplo de la adopción de ese criterio de sencillez. Si solo decimos que se
encuentra en una villa imperial, quizás pueda pensarse que se halla fuera de
lugar, o incluso que se trata de una humilde construcción destinada a los sirvientes. Sin
embargo, aunque su rusticidad parezca contradecir la idoneidad de su situación
en tal entorno, no es así.
Es bien
cierto que no estamos hablando de una residencia, sino de un simple pabellón
“perdido” en medio de un gran jardín y pensado para descansar en él contemplando
el paisaje o saboreando una taza de té. Sin embargo, a pesar de ello, no puede negarse que el empleo de troncos de árboles en su estado original parece atentar
contra toda lógica constructiva mínimamente evolucionada. Y eso sin hablar de lo chocante
que resulta esa rusticidad, casi diría “pobreza buscada”, en un entorno pensado
para solaz de un inquilino imperial.
Pero precisamente por ello, por el alto nivel social y cultural de sus
promotores, fue posible crear un retiro que seguía los preceptos que
aconsejaban los maestros de té, la mayoría de ellos monjes zen.
En las
dos fotos anteriores se observa que los pilares del porche son verdaderos
troncos sin descortezar y que en el interior, a pesar de semejante desenfado
formal, aparecen los clásicos shōji, fusuma y tatami. También vemos
las cavidades para el hornillo y utensilios necesarios para la preparación del té, en este
caso no recluido en su interior, sino junto a la galería, en el porche, en
comunión con la naturaleza.
Algo
que distingue a estos pabellones de una casa de té clásica, siempre cerrada en
sí misma y sin vistas, es que en Katsura se aprovecha el espléndido paisaje de
su jardín para abrir su interior y permitir disfrutar de la contemplación de un
idílico entorno aislado del prosaico mundo exterior. Ciertamente, algo solo al
alcance de unos pocos.
En la
foto anterior de otro de los edificios desperdigados por el jardín de Katsura, se comprueba cómo su
interior se abre hacia el jardín, donde se vislumbra, en la orilla opuesta del estanque, el pabellón visto en las dos fotografías precedentes.
De
nuevo aquí, los materiales y acabados son de una rusticidad notable, aunque sin repetir soluciones utilizadas, por ejemplo, en el comentado Shōkin-tei. Si fuese así, se habría caído en la
reiteración y monotonía, algo que nunca veremos en Katsura.
En la fotografía siguiente observamos un tercer pabellón de diferente cubierta y fachadas, pero sobre todo con una distribución interior que permite contemplar el jardín desde nuevos puntos de vista. No existe en todo Katsura repetición alguna, el juego de las variaciones es inacabable. Ese es otro de sus méritos.
El Shōi-ken de Katsura, s. XVII, Kioto. Foto: J. Vives. |
Toda esa rusticidad, sencillez y franqueza en el empleo de materiales y
acabados también están presentes en los edificios que conforman la residencia imperial de Katsura, que comentaré en el siguiente artículo.
Por descontado que en ella no veremos pilares retorcidos o sin descortezar. Pero cuando aquel espíritu austero promovido por los maestros de la ceremonia de té, siempre alejados de todo boato y lujo, impregnó el ya clásico estilo shoin, hizo surgir uno nuevo, el denominado sukiya, una magistral y refinadísima fusión de lo rústico y lo aristocrático, de lo natural y lo artificial, de lo sencillo y lo sofisticado. Con él nació un tipo de elegancia, sobria y comedida, que empapó a todas las artes de Japón y también a la arquitectura. Su paradigma es, precisamente, la residencia imperial de Katsura.
Si deseas ampliar la información gráfica de este artículo, te recomiendo que entres en mi blog Arquitectura de Japón, donde hay un artículo con solo fotografías de este edificio.
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