Segunda constante:
naturalidad, II, y otros conceptos
En el anterior artículo comenté
el concepto de naturalidad en la arquitectura clásica japonesa. Hoy voy a
continuar hablando de la presencia de esa idea en la del siglo XX. Espero que
este salto cronológico, de la época clásica a la moderna, no resulte confuso. El
de hoy es el quinto capítulo de esta serie y el siguiente brinco no lo daré
hasta el octavo, cuando a modo de recapitulación intente descubrir la presencia
de las algunas de las constantes que estoy comentando en edificios
contemporáneos.
Lo natural en el
siglo XX
El
gusto o preferencia por los elementos o materiales sin enmascarar o revestir,
nacido en Japón durante los primeros siglos de nuestra era, todavía se mantiene hoy
día. Ese concepto de lo natural también está presente en muchos de los
edificios actuales. Quizás el caso más extremo y admirado sea el de Andō Tadao,
un arquitecto de formación autodidacta que asombró al mundo en los años setenta
con sus primeras viviendas de paredes y techos de un austero pero perfecto hormigón,
uno de los materiales modernos por excelencia que se convirtió desde entonces
en su sello personal; eso sí, siempre utilizado sin ningún tipo de revestimiento
que lo enmascarase, es decir, mostrando su aspecto natural. Como ejemplo, sirva la vivienda que se muestra en la fotografía siguiente. Al igual que en casi toda la obra de Andō, en ella solo se emplean tres materiales: hormigón en paredes y techos, madera en los pavimentos y metal en la carpintería.
Andō
Tadao: residencia Kidosaki, Tokio, 1986. Foto en GA Houses, nº 100.
Tokio: A.D.A. Edita, 2007.
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El hormigón
El
empleo del hormigón en Japón merece un comentario aparte. Cuando finalizó la
guerra mundial, la carestía de acero forzó que las obras institucionales se
construyeran con ese material moldeable. Una de sus ventajas era que para su
ejecución se podía contar con los hábiles carpinteros japoneses, cuyo oficio,
desde muy antiguo, había alcanzado un nivel técnico elevadísimo. Su
cualificación profesional permitió a la vanguardia de los años cincuenta y
sesenta levantar algunos de los más emblemáticos edificios del panorama mundial,
que no solo eran modernos y actuales, sino, además, “muy japoneses”. Uno de
ellos, del arquitecto Tange Kenzō, se muestra en la ilustración siguiente. Para
los interesados, hablé de esa obra en este artículo de mi blog.
En su
día, ese edificio de Tange provocó primero la sorpresa y luego la admiración de
sus colegas occidentales. Sus vigas de hormigón armado, a pesar de su indiscutible
modernidad, rememoraban las de madera de los edificios budistas clásicos. A
partir de ese momento, la arquitectura japonesa no dejó de estar presente en
todas las revistas especializadas de Europa y América. Muchos críticos
encasillaron esa obra en el denominado estilo brutalista, debido a su empleo del
hormigón visto sin revestir. Sin embargo, su autor no lo veía así, pues lo que pretendía demostrar con ella era que la modernidad
no estaba reñida con la tradición y que podía utilizar algunas de las
características de esta última, como la franqueza en los acabados, es decir, la
naturalidad, en un edificio rabiosamente contemporáneo.
Tradición y símbolos
Lo que
había conseguido Tange no era solo superar la dicotomía tradición modernidad,
sino demostrar que el lenguaje arquitectónico del siglo XX podía ser universal
y regional al mismo tiempo. Las sutiles referencias a la ancestral herencia constructiva
japonesa no impedían que su edificio fuese un producto cien por cien del
momento. No eran ingenuas alusiones a elementos del pasado, sino consecuencia
de la estricta aplicación de procedimientos modernos que, si bien en Japón se
emparentaban con antiguos planteamientos, resultaban innovadores a ojos de los
arquitectos occidentales.
En otro
de los proyectos más emblemáticos de Tange, la piscina y pabellón olímpicos de
Tokio construidos en 1964, también pueden rastrearse ciertas referencias a elementos
de la tradición japonesa. En este caso, esas relaciones son aún más sutiles, y gran parte de ellas se encuentran
en su cubierta, como no podía ser menos en un país donde los tejados de los
edificios clásicos más representativos desempeñan un importante papel en su
aspecto general.
El gran
techo de la piscina olímpica se soporta con unos gruesos cables suspendidos de
dos gigantescos soportes de hormigón separados más de cien metros. Las
estructuras de este tipo tienen siempre una curvatura bastante pronunciada, como
puede apreciarse en los puentes construidos con esa técnica. Sin embargo, Tange
redujo ligeramente la de su piscina para que exteriormente resultara no
excesivamente prominente, algo que hubiera aplastado visualmente al edificio. El
resultado final fue una cubierta de suave pendiente que la emparentaba con los
tejados de los templos budistas.
Tange Kenzō: Piscina olímpica de Tokio, 1964. Foto: J. Vives. |
En las
dos fotografías anteriores se aprecia el importante papel que desempeña la
cubierta tanto en ese edificio de Tange como en una de las puertas de entrada
al recinto budista de Hōryū-ji. De ambos hablé en sendos artículos de mi blog,
en este del primero y en este del segundo.
Por
otro lado, Tange parafraseó en su piscina un componente singular de la
arquitectura prebudista nipona: los chigi.
Los chigi son esos elementos en forma
de V que aparecen en los extremos de la techumbre en los edificios sintoístas,
y que si bien en un principio no eran más que la prolongación de sus vigas, con
los años se convirtieron en verdaderas alegorías de un lugar sagrado. En la
foto siguiente se aprecian los chigi
en las dos cubiertas que aparecen por encima de la valla exterior del gran
santuario de Ise-jingū.
Lo que
hizo Tange fue colocar unos elementos estabilizantes también con forma de V en
los puntos de apoyo de los cables que sustentaban su cubierta. Esos soportes
parafraseaban aquellos chigi y su referencia
a las deidades de los santuarios. En la piscina olímpica, simbolizaban la presencia
de los flamantes dioses del deporte, quienes durante los días de la competición,
igual que los kami, se mezclaban con
el pueblo.
Tange
Kenzō: Piscina olímpica, 1964, Tokio. Foto: Carlos Zeballos en Mi moleskine arquitectónico.
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Un
detalle a tener en cuenta es que en el sintoísmo también ciertos humanos pueden
convertirse en divinidades, algo que la sociedad moderna parece hacer con sus ídolos populares. De ahí que
el guiño del arquitecto no sea gratuito. Tange fue el primer japonés en recibir el
prestigioso Premio Pritzker de Arquitectura en 1987.
Con este artículo, creo que queda claro que no solo existen influencias budistas en el arte y arquitectura japonesas- El sintoísmo ejerció y sigue ejerciendo un influjo no menos importante en las costumbres y gustos del pueblo nipón. En concreto, la inclinación hacia las cosas naturales y sencillas ya se detecta en el aspecto de los objetos empleados en los ritos sintoístas.
En la religión nativa japonesa se utilizan preferentemente piezas de madera sin barnizar y recipientes de cerámica blanca, esto último impensable en la ceremonia de té, un rito protocolizado por monjes budistas. Compárese las dos fotografías anteriores de objetos empleados en ritos sintoístas y budistas, para constatar la gran diferencia. Mientras los primeros son sencillos, de colores claros y naturales, los segundos parecen recargados con sus dorados y tonos oscuros.
En el siguiente artículo trataré de otra de las constantes
de la arquitectura japonesa: la indefinición. Será dentro de quince días.
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