Escultura
budista japonesa
Inicio hoy la prometida serie sobre escultura japonesa. En
este blog no suelo citar frases de autores, pero en este caso y para que no se piense
que soy demasiado apasionado en los juicios y comentarios que iré ofreciendo,
voy transcribir una opinión ajena. El historiador galo de arte Bernard Dorival
(1914-2003), conservador del Museo de Arte Moderno francés, MNAM, y comisario
de innumerables exposiciones, dijo tras una visita a Japón en los años sesenta
del siglo pasado:
“Algunas estatuas [japonesas] son tan bellas, tan puramente
plásticas, que se igualan a lo más grande y más puro que este arte ha producido
en los países y las épocas que mejor lo han practicado. El antiguo Egipto no ha
creado nada más decisivo que el Miroku del Koryu-ji; la antigua Grecia, nada
más armonioso que el Buda de Toshodai-ji, y la Francia de los siglos XII y
XIII, nada más conmovedor que el Kudara-Kannon del Horyu-ji.”
Cita que figura en el libro de J. Edward Kidder, Jr: Escultura japonesa. Barcelona: Editorial
Argos, 1964, p. 6. Espero que después de que un verdadero especialista en arte
occidental haya dicho eso, algunos de mis comentarios que aparecerán en esta
serie no se interpreten como excesos de un empedernido entusiasta del arte
japonés. Pero vayamos a lo que hemos venido sin más preámbulos.
Budismo
y escultura
Antes de entrar en materia debo justificar por qué, previamente
a mi disertación sobre escultura, debo hablar del budismo. Dos son los motivos.
En primer lugar, porque casi la totalidad de la estatuaria japonesa clásica
tiene que ver con esa religión. Y en segundo, porque para comprender las
intenciones de sus creadores y, sobre todo, para descifrar el mensaje de sus obras debemos conocer mínimamente el entorno budista nipón.
Es muy posible que quien haya visto solo algunas imágenes
budistas japonesas considere que son piezas sin un especial interés artístico y
que no merecen más atención que la que se dispensa a ciertos objetos piadosos
en la mayoría de las religiones. Sin embargo, yo puedo garantizarle que en
Japón existe una gran cantidad de obras de escultura budista con un enorme valor
plástico. Y para demostrarlo escribo esta serie de artículos.
Detalle del guardián budista Naraen kengō,
mediados del s. XIII, madera pintada, 163 cm.
Sanjūsangen-dō. Kioto. Foto: folleto del templo.
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El periodo de más interés en la escultura japonesa suele
situarse entre los siglos VII y XIV. Durante ese lapso casi toda la producción
de los talleres y artistas de Japón se centró en temas religiosos, es decir,
budistas. Lamentablemente, a partir de esa última centuria se produjo una brusca
y drástica reducción tanto en el número de piezas creadas como en su calidad, un
paréntesis que no se cerró hasta bien entrado el siglo XX.
Se debe remarcar que cuando los artistas japoneses creaban
imágenes de las divinidades budistas empleaban un sistema simbólico muy
diferente del que utilizaban sus colegas europeos coetáneos. En concreto, uno
de los aspectos que suele llamar más la atención de los occidentales son los múltiples
brazos o cabezas de ciertas imágenes. Más adelante aclararé su significado.
En este artículo intentaré explicar muy sencillamente
algunos de los rasgos formales de las esculturas japonesas que más pueden
desconcertar a los aficionados. No obstante, hay que tener muy presente que la
iconografía budista es extraordinariamente compleja, por lo que mis comentarios
no deben tomarse más que como una muy superficial introducción al tema, pensada
únicamente para los amantes de las artes plásticas. Quienes deseen adentrarse
en el mundo del budismo tendrán que recurrir a otras fuentes.
Yakushi
nyorai y su acólito Nikkō en el kondō
de Tō-ji, Kioto. Foto: Wikimedia Commons. |
No voy a hablar aquí de la religión budista en
sí misma, sino de algunos rasgos de su iconografía en Japón, es decir, de las
diferentes formas de representar sus divinidades en escultura y pintura. El conocer
algo de los aspectos que definen un determinado escalafón divino o de los
atributos de cada deidad resulta de gran ayuda cuando se estudia la estatuaria
japonesa clásica. Así pues comencemos.
El origen
del budismo
El fundador del budismo fue Siddhartha Gautama, personaje nacido en el seno de una
familia noble de la India. Si bien se sabe que falleció a los
ochenta años, para las fechas de su nacimiento y muerte existen dos opiniones:
una que las fija respectivamente entre el 560 y el 480 a. C. y otra que las
sitúa entre el 480 y el 400 a. C.
A pesar de su cómoda existencia, a los veintinueve años, Gautama abandonó
su residencia familiar e inició un peregrinaje en busca del sentido de la
existencia humana. Un día, meditando bajo un árbol, se sintió transportado a un
nivel superior y súbitamente entendió todo: el hombre se obsesiona con
aspiraciones mundanas que nunca se satisfacen. Esa insatisfacción solo puede
eliminarse renunciando a cualquier apetencia terrenal y dándose cuenta de que
el mundo es mera ficción. Una vez descubierto esto, dedicó el resto de sus días
a compartir sus conocimientos con sus discípulos y con la orden que fundó. A
Gautama se le dio el nombre honorífico de Buda, aunque en Japón se le conoce
como Shaka.
La expansión
por Asia
Unos
doscientos años después de la muerte de Buda, el budismo ya se había extendido
por su país. A mediados del siglo II se introdujo en China, en el IV llegó a
Corea, en el VI a Japón y en el VII al
Tíbet. Hacia 1200 desapareció de la India, el lugar que le vio nacer.
En el año
552, el rey coreano de Paekche envió al emperador de Japón unas imágenes
acompañadas de unos textos religiosos, recomendándole la práctica de una nueva
religión: el budismo. Ante esa propuesta, mientras que algunos clanes japoneses
decidieron adoptar la nueva fe, esperando que con ello se incrementase su poder político, otros se opusieron a su
implantación. Tras varias décadas de enfrentamientos, en el año 587, los
partidarios del budismo forzaron a toda la corte y gran parte de la nobleza a
convertirse al nuevo credo. A partir de ese momento se inició su expansión por
Japón.
Las sectas japonesas
Durante el
siglo VII se comenzaron a construir los primeros templos budistas por el
archipiélago nipón. En el VIII aparecieron las llamadas seis sectas budistas de
Nara. Con el traslado de la capital a Kioto, en el siglo IX surgieron dos
nuevas órdenes: la tendai y la shingon que se convirtieron en las más
importantes de Japón. En el XII una escisión entre monjes tendai dio origen a la secta de La Tierra Pura o jōdo. A finales del siglo XII se
reintrodujo en Japón una orden que tuvo gran influencia en su cultura y arte:
el zen. En el siglo XIII, otro
acólito tendai creó una nueva secta
que llevó su nombre: Nichiren.
Llegado a
este punto, debería presentar ya algunas de las más importantes divinidades del
budismo en Japón. Sin embargo, me parece que será mejor dejarlo para la próxima semana, dado que la complejidad del tema
aconseja abordarlo con la mente despejada. Así pues, hasta dentro de siete días.
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